martes, 27 de junio de 2017

Disminuyeron las ventas en los supermercados y los shoppings
El consumo no para de caer
El Indec confirmó la caída de las ventas de los súper y shoppings. Además, crece el déficit comercial por el crecimiento ininterrumpido de las importaciones.






Siguen las malas noticias para el Gobierno de Cambiemos en el terreno de la economía. Con la actividad estancada tras una larga recesión, el consumo no detiene su caída y continúa deteriorándose. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) informó hoy que las ventas en los supermercados cayeron 1,7 por ciento durante abril en comparación con igual mes del año pasado, mientras los shoppings presentaron una baja del 8,9 por ciento interanual.
El Indec retomó la medición a través de cantidades vendidas en ambos segmentos, más allá de la facturación. En ese sentido la facturación en los supermercados durante abril trepó a 27.631,5 millones de pesos y mostró un crecimiento de 24,5 por ciento, variación en línea con la suba del Índice de Precios al Consumidor (IPC). A su vez, los tickets en shoppings alcanzaron un valor de 4.803,5 millones de pesos, lo que significa un leve avance de 8,9 por ciento en la comparación interanual, 15 puntos por debajo de la inflación.
En otro orden, el Indec informó que la venta de electrodomésticos en marzo registró una facturación de 5.064,9 millones de pesos, que representa una mejora interanual de 14,8 por ciento, 10 puntos por debajo de la variación de precios. 
La situación tampoco mejora en el comercio internacional. El Indec registró en mayo un déficit de 642 millones de dólares, contra un superávit de 485 millones que se había logrado en el mismo período del año pasado. Las exportaciones subieron apenas un 0,8 por ciento a 5.415 millones de pesos, mientras que las importaciones se dispararon 24 por ciento a 4.886 millones. 
En el balance de cinco meses, el saldo comercial muestra un rojo de 1.863 millones de dólares, que contrasta contra un superávit de 515 millones del mismo período del año pasado. 

lunes, 22 de mayo de 2017

EVALUACIÓN

  1.      Explicar las teorías de las ventajas comparativas y la renta diferencia de David Ricardo.
  2.      Explicar, según el texto, las causas de la crisis de 1873
  3.      Señalar las características del capitalismo monopólico o imperialista
  4.      Definir la plusvalía
  5.      Qué aportes teóricos realiza el marxismo
  6.      Según Robert Malthus,  cuáles son las causas de la pobreza.
  7.      El período conocido como la segunda revolución industrial está caracterizado, entre otras cosas, por una serie de cambios económicos. Describir cuáles son.
  8.      Desarrollar los principales aportes realizados por  Georg List. Asimismo, explicar el contexto que permitió que tales aportes resulten novedosos.
Gente linda: Les dejo las preguntas del examen. Me demoré en subir las preguntas  a (digamos problemas técnicos) por lo que he decidido compensarlos de alguna manera. Saqué las preguntas más difíciles y dejé 8 en lugar de las 10 que habíamos hablado. 
A estudiar ATR😜




martes, 4 de abril de 2017

Los analistas consideran que el gasto es elevado pero no es preocupante

Los consultores se mostraron alerta, pero confían en que el Gobierno logrará cumplir con lo presupuestado. Incertidumbre por lo que sigue al blanqueo.


                por  
SANTIAGO SPALTRO










La fuerte suba del déficit fiscal en el primer bimestre del año preocupó poco a los economistas. Es que estiman que las metas trimestrales (de un desequilibrio del 0,6% del PBI para los primeros tres meses de 2017) y anual (déficit de 4,2%) se pueden cumplir y advierten que el salto actual se debe a la baja base de comparación respecto al primer bimestre de 2016.
María Castiglioni, directora de la consultora C&T Asesores, analizó: "Es importante señalar que la comparación es con febrero de 2016, un mes con bajo déficit por el gasto, sobre todo en capital. El ahorro en aquel momento fue por el parate de la obra pública". A su vez, indicó: "Estos números no preocupan; los ingresos están creciendo bastante bien, la recaudación del primer bimestre fue buena y en marzo puede pasar algo parecido". "Se va a cumplir con lo pautado en el Presupuesto, que tiene números consistentes. El único riesgo estaría en que la economía no crezca, pero mantenemos la previsión de que el PBI aumentará 3,5% en este año", añadió Castiglioni.
Con ella coincidió Rodrigo Álvarez, de Analytica. "Los primeros meses de 2016 tuvieron un fuerte freno en el gasto, empujado por la inactividad en la obra pública. Esto no es motivo de preocupación, porque se van a cumplir los objetivos que presentó (el ministro de Hacienda, Nicolás) Dujovne. Los ingresos crecen en el nivel que se esperaba y el Gobierno puso en marcha las obras", afirmó. "Lo que sí genera inquietud es que la economía reaccione con mayor demanda", dijo Álvarez.
Por su lado, Gabriel Caamaño, economista jefe de la consultora Ledesma, consideró: "Las cifras no son para alarmarse, pero generan un poco de preocupación porque el nivel de déficit sigue siendo muy alto. Se hizo poco ajuste y el sinceramiento fiscal termina en unos días. Será difícil determinar cómo sigue". "Lo que se ajustó en subsidios no fue suficiente y, al igual que el año pasado, sin el blanqueo no se va a lograr la meta del 4,2% de déficit para este año", agregó.
En esa línea está el informe de Ecolatina. Para la consultora, "el Gobierno necesita del blanqueo para cumplir con la meta fiscal del primer trimestre". "Los ingresos totales del Sector Público No Financiero (excluyendo el blanqueo) se incrementaron 35%, lo que implica una importante aceleración", destacaron.
Más tajante fue Diego Giacomini, de Economía y Regiones. "Más que Cambiemos esto es Continuemos. No me sorprende; acá no hubo ningún ajuste y esto es complicado de sostener, porque el relajamiento fiscal llevó a que nos endeudemos por u$s 100.000 millones en dos años y el ratio deuda / PBI será de 70% en 2019 si seguimos así", criticó el economista.

martes, 28 de marzo de 2017

NEOLIBERALISMO Y PENSAMIENTO ÚNICO

Como hemos mencionado esta Globalización está marcada por un sostén ideológico que alumbró el siglo XXI rotulado como Neoliberalismo o Pensamiento Único, y que tuvo de algún modo su bautismo de fuego con la llamada Doctrina TINA.
El nombre de Doctrina TINA proviene de las iniciales de las palabras pronunciadas por Margaret Thatcher al presentar el nuevo modelo a comienzos de los años 80: “There is notalternative” (no hay alternativa).
La idea que la Doctrina TINA intenta transmitir es que el modelo económico-político es uno y solamente uno y que no existen alternativas a él, aún más una vez desaparecido de la escena la opción socialista luego de la disolución de la Unión Soviética en 1991, de allí también la definición del neoliberalismo como Pensamiento Único.
Las acciones para la restauración del poder de las clases altas, que define en esencia al neoliberalismo, fueron generadas durante los años 80 y consolidadas en los 90 en relación a cuatro elementos:
a) Giro a la financiarización de la economía, cuyo desarrollo en el mundo fue muy desigual pero dieron forma a una formidable metodología de generación y acumulación de riquezas, siendo el factor económico central de la restauración del poder de clase.
b) Creciente movilidad geográfica del capital. Para ello es fundamental la reducción de los costos de transporte y comunicación y la reducción de las fronteras artificiales al capital y las mercancías. Al acelerarse este proceso en Estados Unidos, Europa y Japón, impulsaron en sentido similar al resto de los países del mundo, incluso el FMI y el Banco Mundial comenzaron a tomar la neoliberalización de un país como signo positivo para un país formando parte de las presiones realizadas en ese sentido.
c) El complejo integrado por Wall Street, el FMI y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos que domina la política económica y ejerce fuertes presiones en los países para adoptar la senda neoliberal.
d) Difusión de la nueva ortodoxia económica neoliberal en todo el mundo como lo normal y correcto, afirmado en las universidades y los centros de estudios, que se encargan de formar a los economistas del mundo que luego ejercerán de “expertos” en cada país.
Pregona que lo más importante en la administración del Estado es el dinero, por lo cual el objetivo de todo plan económico debe ser el equilibrio fiscal, no gastar más de lo que ingresa. Lo que interesa son los números de la macroeconomía y no la microrealidad cotidiana de las sociedades.
Como resultado de su aplicación el modelo neoliberal puede mostrar algunos éxitos en el crecimiento macroeconómico en las economías de los países, pero al mismo tiempo revela un sustancial aumento de la desigualdad y la pobreza. La Argentina de la década de 1990 es ejemplo de ello, mientras la economía crecía la exclusión y el desempleo aumentaba.
Similar efecto se observa en la economía chilena, que desde 1974, con el dictador Pinochet en el gobierno, fue el primer país de Latinoamérica en adoptar las políticas neoliberales. La persistencia en el modelo neoliberal ha hecho de Chile una economía altamente competitiva con un crecimiento económico sostenido, pero con un amplio sector de la población enormemente enriquecido y otro muy empobrecido, convirtiendo a la sociedad chilena en una de las más desiguales del continente.
En Latinoamérica, territorio de aplicación masiva de las políticas neoliberales a partir de la década de 1980, los déficits fiscales producto de bajas recaudaciones impositivas fueron cubiertos con deuda externa y su consecuente sometimiento a los planes de ajuste de los organismos multilaterales de crédito, ya que la condición para financiar a estos gobiernos era que ellos sometieran sus economías a reducciones de gastos sociales y a una completa privatización de sus economías, generando una fabulosa transferencia de riqueza de los sectores populares a las elites económicas.
El neoliberalismo ha hecho recaer todo el peso de la economía sobre la empresa privada, instando a los Estados a desprenderse de todas sus empresas para pasarlas a manos privadas. Este proceso llevo en todo el mundo el nombre de privatización y apuntó sobre todo a las grandes empresas de servicios públicos y a las de energía, así como a desenganchar a los bancos centrales de cada país de las decisiones de sus gobiernos y ponerlos bajo el gerenciamiento del poder financiero global.
En lo que hace a la búsqueda de equilibrio en el gasto público se promueve a través de ajustes sobre las prestaciones sociales de los Estados como jubilaciones, educación, salud y seguridad, y también mediante el achicamiento del plantel de empleados estatales y la reducción de sus salarios. El objetivo es trasladar riqueza desde el Estado a los grandes jugadores privados del Mercado.
Una de las claves del Pensamiento Único neoliberal es que presenta como una doctrina natural, parte de la evolución final de la Historia, y por ende promueve la despolitización y desmovilización de la sociedad como un presupuesto necesario, ya que si no hay opción o alternativa, si el modelo neoliberal es la última parada de la Historia, entonces tampoco hay necesidad de un debate de ideas para alcanzar el poder político, ya que cualquiera sea el partido que gane una elección su única tarea consistiría en gestionar o administrar las decisiones de un poder superior, sin ninguna pretensión de transformación.
La política neoliberal comienza a ejecutar las políticas económicas de todos los países, apoyada en la difusión mediática de lo que se considera la normalidad de la economía, la única alternativa, pese a que lo que realmente hace es enriquecer a los poderosos dejando en la pobreza a las mayorías, aunque estas mayorías terminarán aceptando que efectivamente la única alternativa posible es la realidad neoliberal.
Los hechos reafirman el éxito de esta construcción de consentimiento que vuelve
indiferentes a los partidos de sus viejas ideologías, ya que en Estados Unidos e Inglaterra los creadores del sistema neoliberal fueron los partidos conservadores en la década de 1980 pero la consolidación del neoliberalismo se produjo en la década de 1990 bajo el gobierno de las “oposiciones” demócratas y laboristas. Unos y otros ejecutando la misma política.
Similares circunstancias se vivieron en España, Francia, Italia y Alemania donde los partidos socialistas también llevaron a cabo políticas de clara tendencia neoliberal, lo mismo hizo el peronismo en Argentina de la mano de Carlos Menem o el PRI mexicano, todas formaciones del campo popular que de todos modos se alinearon con el neoliberalismo más ortodoxo.
Por ello el Pensamiento Único neoliberal no entiende a la democracia como el lugar de los
conflictos y las confrontaciones de ideas para establecer las metas de las políticas, puesto que estas metas ya están determinadas de antemano por el mercado y por lo tanto en las democracias solo hay lugar para el consenso, el consenso neoliberal que no acepta disensos.
Si la sociedad entonces no debe discutir sobre fines solo queda discutir sobre metodologías, es decir las formas, promoviendo que los procedimientos para alcanzar los consensuados objetivos son cosa de entendidos y técnicos. Surgirá la tecnocracia, el conjunto de expertos apolíticos como método de hacer política, y la economía quedará a cargo de técnicos, casi siempre doctorados en prestigiosas universidades de los Estados Unidos fuente de formación en las ideas neoliberales, como Chicago o Harvard; “especialistas” devenidos en ministros, con tanto o más poder que el propio Presidente.
Cuando lleguen los tiempos de crisis el mercado terminará incluso despojándose de los “gerentes” políticos para poner a decidir a sus economistas de modo directo. Así en la crisis de la década del 90 en Argentina el hombre fuerte de dos gobiernos fue el economista Domingo Cavallo fiel cumplidor de la agenda del Consenso de Washington, y en la crisis europea de 2011 el Primer Ministro de Grecia fue sustituido por un ex presidente del Banco Central Europeo, Lucas Papademos, y el Primer Ministro de Italia fue reemplazado por un reputado hombre de las finanzas globales, Mario Monti.
El resultado de poner al ciudadano lejos de las decisiones, de desalentar su participación en las decisiones genera una democracia devaluada, una democracia “despolitizada”, una democracia de “baja intensidad”, una democracia “gestionada” por técnicos “neutrales” supuestamente ajenos a toda ideología, que pretenden encubrir como natural la política cuyas decisiones son tomadas por el Mercado.
De todas maneras hay una cuestión que los teóricos neoliberales no resuelven, y es la dificultosa convivencia con el sistema democrático, ya que tienden a favorecer los gobiernos conducidos por la elite y los expertos técnicos. Existe una fuerte tendencia de los gobiernos neoliberales a manejarse en base a decretos del Poder Ejecutivo y mediante decisiones judiciales en lugar de recurrir al origen parlamentario de las decisiones.
El concepto de gestión, tan común en nuestros días, está relacionado con la administración económica del presente, y cuando se reemplaza la palabra política por el término gestión no estamos frente a un sinónimo como se quiere hacer suponer, sino frente a dos conceptos distintos porque la política supone proyecto, transformación, futuro, mientras que la gestión solo remite a administrar el presente, esencialmente mantener el orden. Gestionar y no gobernar es la tarea que el Pensamiento Único Neoliberal tiene reservado para el poder
político en el siglo XXI.
Prof. Claudio Alvarez Terán
En Comunicación y transformaciones socioculturales del siglo XXI
Ed 2017


Sin industrias no hay desarrollo

LOS RIESGOS DE VOLVER AL PASADO
Sin industria no hay desarrollo
Por Diego Coatz*


Con esta nota, el Dipló inaugura una discusión acerca del lugar de la industria en el desarrollo argentino. ¿Cuánto de industria y cuánto de agro necesita nuestro país? ¿Es posible reconvertir sectores industriales, como pretende el gobierno, sin generar desempleo? ¿Qué rol debería desempeñar el Estado? Diego Coatz, economista jefe de la UIA, comienza la serie.
¿Cuál debería ser el rol de la industria en un proyecto de desarrollo? Se suele recurrir al dato de la caída de la participación de la industria en el PIB como argumento para defender un modelo basado en el sector servicios (turismo, servicios profesionales, etc.) y/o de recursos naturales.
Incluso en caso de que esta caída sea real, ¿resulta fundamento suficiente para determinar que el sector estratégico a fomentar en el futuro es sólo el de servicios? La respuesta es no.
En primer lugar, la disminución del peso de la industria sobre el producto no necesariamente refleja un proceso de desindustrialización ni, mucho menos, sugiere la conveniencia de un cambio en la estructura productiva. Que la industria haya perdido peso relativo no significa que la producción industrial haya caído. Si la industria de un país crece al 5% mientras que el PIB lo hace al 7% significa una pérdida de participación en el valor agregado total, pero ¿deberíamos afirmar que existe un proceso de desindustrialización?
Otra razón es que desde los años 70 muchas grandes empresas, sobre todo industriales, optaron por desintegrar algunas fases de sus procesos productivos (desde la liquidación de sueldos hasta la investigación, el diseño industrial y el desarrollo de productos), lo que se conoce como outsourcing. El resultado es un espejismo estadístico: la mayoría de las etapas que se deslocalizan figurarán en el área de servicios, pero dependen intrínsecamente de la demanda de las empresas industriales.
Pero además los resultados difieren si se considera otro indicador, como el producto industrial per cápita. Como muestra el gráfico 1, en el período 1970-2015 el producto industrial per cápita de los países desarrollados no se retrajo sino que aumentó: 18% en Alemania, 41% en Estados Unidos, 57% en Francia y 24% en el Reino Unido. Este crecimiento es aun mayor en países asiáticos como China, donde aumentó un impresionante 1.235%, y Corea del Sur, con un incremento de 1.230%.
En cambio Argentina, lejos de seguir esa tendencia industrializadora de los países más avanzados, experimentó en el mismo período una caída del PIB per cápita industrial de 43%, a lo que hay que sumar una elevada volatilidad. La caída de la producción fue tan grande que el desempeño de la industria argentina fue de los peores de un panel de 45 economías que explican el 90% del PIB industrial mundial.
Por otra parte, discutir el rol de la industria hoy implica no sólo analizar su contribución directa al PIB, sino también entender cuáles son sus aportes y limitaciones en cuestiones como el empleo, la formalidad, los ingresos, la productividad, la generación de divisas o la innovación tecnológica. La industria es el corazón del empleo. En Argentina, uno de cada cinco puestos de trabajo en el sector privado formal está explicado por la industria, que es no sólo el sector que crea más trabajo de manera directa sino el que más lo multiplica, ya que por cada puesto directo se generan 2,5 indirectos. Del mismo modo, la industria tiende a generar empleos de calidad y bien pagos (un trabajador industrial gana en promedio 35% más que el promedio) y resulta clave para reducir las brechas regionales.
La industria argentina en el siglo XXI
Para comprender la industria argentina actual es necesario revisar su evolución. La recuperación experimentada desde el estallido de la crisis del 2001 fue importante: aunque no fue suficiente para alcanzar los niveles de producción previos a la dictadura militar, sí permitió mejorar la performance industrial de los 90 en algunos aspectos clave.
El desempeño, sin embargo, no fue homogéneo.
La primera etapa fue la más virtuosa. La crisis de la convertibilidad había generado estragos en la economía. Entre 1998 y 2002 el PIB había caído 18,4% y el PIB industrial 27%. Desaparecieron 10 mil empresas industriales y se destruyeron 300.000 empleos industriales. El desempleo y la informalidad laboral tocaron máximos históricos. En este contexto, nada indicaba que entre 2002 y 2007 se consolidaría una recuperación de la economía y del sector industrial.
Pero así ocurrió. Cinco años después del estallido de la crisis, en 2007, todas las variables mencionadas habían superado los valores de 1998, el mejor momento de la convertibilidad: los asalariados industriales, por ejemplo, superaron en 250.000 la cantidad máxima de los 90. El salario real industrial formal aumentó 15%. Y se crearon más de 17.000 empresas (7.500 firmas adicionales en términos netos). Junto con el empleo, la productividad industrial también mejoró, algo que no se observaba desde la década del 60. Esto fue resultado de una combinación de políticas macro y micro que, en un contexto internacional favorable, de alta demanda externa y buenos términos de intercambio, dieron una relativa estabilidad a la economía e impulsaron la demanda interna.
En la segunda etapa, la que va de 2007 al 2011, comenzaron a observarse las tensiones propias del desarrollo: la aceleración inflacionaria y la creciente demanda de divisas eran reflejos del acelerado proceso de crecimiento empujado por la demanda. La producción industrial se había expandido, pero no se habían materializado cambios estructurales significativos. A su vez, en un marco de reducción del desempleo, se potenciaron las pujas distributivas: la inflación y las tensiones políticas, incluyendo la disputa entre el gobierno y el sector agropecuario, fueron el emergente de esta situación.
En 2008 la crisis internacional golpeó la economía a través de una reducción de las exportaciones y la baja de los precios internacionales. Sin embargo, el gobierno adoptó un conjunto de políticas activas (inversión pública, políticas sociales, financiamiento, políticas comerciales, entre otras) que permitieron poner rápidamente a la economía y la industria en movimiento.
A pesar de los vaivenes, en el período 2007-2011 la industria creció a una tasa del 3,5% anual, el empleo asalariado industrial aumentó a una tasa del 1,2% anual, sumando 84 mil puestos de trabajo, y el empleo asalariado industrial formal lo hizo al 2,4%, mientras que el salario real industrial formal se incrementó 4% anual. La principal diferencia es que, en contraste con la etapa anterior, en la que todas las ramas industriales se mostraron dinámicas, en estos años hubo sectores que crecieron menos o incluso se estancaron, como el maderero (excepto muebles), la refinación de petróleo y algunos segmentos de la metalmecánica.
Los problemas más relevantes comenzaron en la tercera etapa, iniciada en 2011 y caracterizada por la salida de divisas, la dolarización de cartera (fuga de capitales), mayores tensiones distributivas, un aumento de la inflación y la apreciación acelerada del tipo de cambio. En cuanto a la industria, comenzaron a manifestarse restricciones estructurales: del déficit energético a los problemas de infraestructura, de las dificultades de las pymes industriales para exportar a una matriz productiva que no mostraba grandes cambios y demandaba cada vez más importaciones (sobre todo en electrónica, automotriz y bienes de capital).
Este contexto hacía necesaria una estrategia de “sintonía fina” en materia industrial mientras se corrigieran algunos elementos de la macro. Sin embargo, entre noviembre de 2011 y mayo de 2012 se cometieron una serie de errores de política económica que desdibujaron el trazo grueso del devenir económico del país, condicionando así los cuatro años posteriores. Se destaca especialmente el control de cambios, con la consiguiente brecha, generada en buena medida por una política monetaria y cambiaria que fomentó la fuga de capitales y la pérdida de reservas. El desacierto se hace más notable si se tiene en cuenta que el contexto internacional todavía se mantenía favorable.
El PIB prácticamente no creció entre 2011 y 2015. La producción industrial cayó 1,6% al año (10% en términos per cápita) y el resto de los indicadores del sector, como la cantidad de puestos de trabajo, la productividad y la cantidad de empresas, también retrocedieron.
¿Qué modelo de desarrollo?
En 2016, con el cambio de gobierno, viejos debates que parecían saldados resurgieron, con un sector industrial doblemente afectado. De un lado, los desequilibrios heredados, como el cepo y la falta de divisas. De otro, las políticas actuales que profundizan la recesión, como las elevadas tasas de interés que impactan en los costos de financiamiento, el aumento en los costos energéticos, la apertura comercial y el achique del mercado interno.
Todo esto pone en cuestión, una vez más, el rol de la industria en el desarrollo. La experiencia internacional divide posiciones. Algunos sostienen que nuestro país debe crecer sólo potenciando los recursos naturales (agroindustria, minería y energía, principalmente), y a partir de allí generar empleo en los servicios. El caso paradigmático es el australiano. En cambio, desde otra mirada se plantea industrializar el país sustituyendo importaciones e intentando exportar con mayor valor agregado. El horizonte sería Corea del Sur o Taiwán.
Lejos de pensar esos enfoques como excluyentes, se pueden considerar complementarios. Por un lado, basar nuestra economía sólo en la explotación de recursos naturales no sólo no es sustentable sino que tampoco es suficiente. Aunque efectivamente existen países desarrollados especializados en materias primas, como Australia, Noruega y Nueva Zelanda, nuestra base de recursos naturales no alcanza para una población que se acerca a los 45 millones de personas. Pero incluso considerados per cápita nuestros recursos naturales son insuficientes: el Banco Mundial midió la dotación per cápita y calculó que Argentina está en el puesto 30 en el ranking mundial, por debajo de Chile y Brasil y muy lejos de Australia, Noruega y Nueva Zelanda, que ocupan los primeros puestos.
En otras palabras, Argentina es un país demasiado poblado y no cuenta con los recursos naturales suficientes para hacer descansar en ellos su modelo de desarrollo. Pero sí podemos (y debemos) aprovecharlos, adoptando algunas de las estrategias de los países que han logrado generar capacidades tecnológicas a partir de ramas intensivas en productos primarios. Australia, por ejemplo, es un jugador de peso mundial en el software para la minería y Noruega es una potencia innovadora en la extracción off-shore del petróleo (con un sector metalmecánico en la frontera internacional) y en actividades conexas como los buques petroleros.
En el otro extremo, resulta poco factible que Argentina emule la experiencia de países como Corea del Sur, donde la industria fue casi el único sector protagonista en el proceso de acumulación. Ocurre que los factores que permitieron esa dinámica no son replicables: una situación geopolítica muy favorable que le garantizó el apoyo de Estados Unidos, la existencia de un régimen político fuertemente represivo que disciplinó al conjunto de los actores sociales, y reglas de comercio internacional más flexibles que las actuales. Por otra parte, la industria en sí misma no alcanza si se limita a ensamblar manufacturas de media y alta tecnología para su exportación a través del ensamblaje sin articulación tecnológica y sobre la base de bajos salarios, como es el caso de las maquilas de Filipinas, México o Tailandia.
Entonces, ¿hacia dónde ir? Argentina debería buscar su especificidad entre las experiencias de Corea del Sur o Taiwán y las de Australia, Noruega o Nueva Zelanda. Esto significa una estructura productiva en la cual tanto los recursos naturales como la industria y los servicios intensivos en conocimiento sean palancas del desarrollo –y se eslabonen entre sí– funcionando como motores de actividades que involucren innovación (Canadá y Dinamarca son casos virtuosos). Por ejemplo, construir capacidades tecnológicas y proveedores en sectores no típicamente industriales (biotecnología, shale gas, minería) ayudaría a apuntalar el desarrollo de largo plazo.
Porque no sólo importa crecer sino crecer de manera tal que el proceso sea perdurable en el sistema socio-económico. Las demandas de hoy son más exigentes que las del pasado e incluyen crecimiento pero también sostenibilidad e inclusión social. La industria es clave por su efecto multiplicador y la calidad del empleo que genera, por la tecnología, el desarrollo regional y la posibilidad de generar (o ahorrar) divisas.
En un mundo cuya disputa más clara es por la agregación de valor, la mejor estrategia es avanzar hacia un modelo industrial basado en la innovación. Esto requiere de una activa interacción entre los distintos actores de la sociedad y de políticas dirigidas a mejorar la competitividad: más y mejor crédito con líneas directas para el sector productivo, una reforma tributaria para incentivar el desarrollo regional y de las pymes y una política industrial con énfasis en el desarrollo tecnológico. También profundizar los programas de compre nacional como los que se implementan en Estados Unidos, Corea del Sur, Alemania, India e Israel.
La industrialización no es el capricho de un gobierno ni fruto del azar. El debate pasa por cómo acelerar los tiempos de la industrialización en sentido amplio (campo + energía + industria + servicios). Desindustrializarnos, por el contrario, es atentar contra nuestro futuro, algo que ya quedó demostrado a lo largo de nuestra historia y que no deberíamos repetir. 
Gráfico 1
PBI per cápita industrial, 1970-2015 (1970 = 100), países seleccionados













Fuente: elaboración propia en base a estadísticas de Cuentas Nacionales de las Naciones Unidas. Para 2015 los datos fueron tomados de Trading Economics en base a institutos de estadística nacionales. Los datos de Argentina de 2004-2015 fueron tomados de la serie revisada en 2016 de Cuentas Nacionales del INDEC.

Gráfico 2
Gastos en I+D como porcentaje del PIB


Fuente: elaboración propia en base a OCDE, Banco Mundial y RICyT. *El dato corresponde al año 2013, último dato disponible.
* Director Ejecutivo y Economista Jefe de la Unión Industrial Argentina, Vicepresidente SIDbaires, Docente UBA-UCES. TW @diegocoatz


© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur